sábado, 31 de mayo de 2008

Taxis especiales

En la glorieta de Embajadores y sus proximidades se pueden ver a diario (incluidos sábados y domingos) grupos de hombres y mujeres que esperan con cierta ansiedad y en diferentes esquinas uno de esos taxis especiales a los que me refiero en el título. Estos coches no tienen bajada de bandera ni lucecita verde indicando que están libres. Su carrera es siempre la misma y el precio fijo. Desde Embajadores se dirigen al poblado de la Cañada Real (últimamente famoso por sus recientes desalojos), ya que este lugar es, en la actualidad, el punto de venta de droga más importante de Madrid. Estos hombres y mujeres se buscan la vida, no sólo para conseguir el dinero necesario para su dosis diaria, sino también para llegar hasta allí. Ningún autobús urbano llega hasta ese lugar, ningún taxi de los que sí tienen bajada de bandera y lucecita verde se ofrece a llegar hasta allí, y tan sólo un autobús interurbano, con ruta hacia Arganda, tiene una parada próxima, pero las situaciones vividas dentro de él han alcanzado tal grado de peligrosidad, que durante varios días los conductores han sido escoltados por parejas de policías. De ahí que estos hombres y mujeres se busquen la vida para alcanzar su destino, montándose en estos taxis privados, pero perfectamente organizados.

Desde finales de los años 70, y sobre todo durante la década de los 80, la heroína puso pie firme en Madrid y no necesitó mucho tiempo para hacer estragos (conozco muchos casos cercanos y no tan cercanos que no tuvieron un final feliz). Por ello cuando veo a estos viajeros especiales siento como si estuviera viajando en el tiempo, como si fueran los supervivientes de aquellos años negros; supervivientes de sobredosis y sida. Ahora la heroína no está de moda, por eso estos viajeros son como reliquias del pasado.
Siento también que su vida se limita a eso: a esperar en una esquina, a montarse en un coche, a comprar, a meterse, a volver a la ciudad, a buscar el dinero y, de nuevo, a esperar en una esquina. Sus cuerpos y caras, en la mayoría de los casos, recuerdan a zombis de películas de miedo y cuando paso por su lado noto, como en Matrix, que en un mismo instante se superponen dos realidades paralelas. La suya y la mía. La de ellos y la nuestra. Su mundo y el nuestro.

jueves, 22 de mayo de 2008

Personaje Berlusconi

Escena 1: Berlusconi, una vez más, sale del paso de sus múltiples juicios y condenas por corrupción, librándose incluso de la cárcel, y decide de nuevo disfrutar de cuatro años más de inmunidad, privilegios y beneficios adquiridos por ser el nuevo presidente de la República italiana. Y estos cuatro años prometo que serán aún mejores (para mi bolsillo, por supuesto).

Escena 2: Berlusconi, radiante vencedor de las últimas elecciones, comunica vehementemente a sus conciudadanos que nadie debe preocuparse por la huelga de basuras que sufre la abandonada ciudad de Nápoles. ¿Para qué están los inmigrantes (con papeles, por supuesto)? Que ellos recojan las basuras que inundan nuestras calles. Faltaría más...

Escena 3: Berlusconi, hablando de inmigrantes, avisa a los interesados que escuchen con atención: De ahora en adelante en este país, que no es otro que Italia, a los inmigrantes ilegales se les tratará como delincuentes. Y no hará falta nada más. Ni robar coches, ni bolsos, ni casas de lujo. La ilegalidad por sí misma será delincuencia.

Escena 4: Berlusconi, con una media sonrisa, comunica su análisis sobre el nuevo gobierno de su colega y no demasiado amigo Rodríguez Zapatero: Por favor, que nadie compare el gobierno rosa de Zapatero con el mío. Mis cuatro ministras sí que son mujeres de bandera (ya me entienden...). Y por si alguien no lo sabe o aún no se ha dado cuenta, les informo de que dos de mis chicas ministras fueron misses y una de ellas, con sus pechos y labios de silicona, portada de Interviú. ¿Quién me va a comparar a mi ministra de igualdad con la cara palo de Fernández de la Vega, que además me llama racista y xenófobo? ¿Es que a esta mujer nadie le ha enseñado a comportarse? ¡Mamma mia...!

(Con personajes como éstos, que son reelegidos una y otra vez de manera democrática, resulta más fácil entender el porqué de las carencias sociales que sufre un país como Italia, uno de los ocho países más ricos e industrializados del mundo, y el porqué, paseando por sus calles, se huele y se palpa que la corrupción inunda muchos de los rincones de este bellísimo país.)

jueves, 8 de mayo de 2008

Escenas: El pianista

Este tren no admite viajeros. Por favor, desalojen el tren. Miradas al reloj. Ya llego tarde. Nervios. Miradas al reloj. Cinco minutos. Miradas al reloj. Diez minutos. El andén se llena. A esas horas. Poco más de las ocho. A esas horas ya hay olores. Y no buenos. Ya llega. Miradas al reloj. Casi cuarto de hora. El metro viene lleno. Empujones. ¿Como animales? Pues sí. Dentro del vagón aún más olores. Y peores. Se abren las puertas. Carreras. Más empujones. Miradas al reloj. Imposible. Ya llego tarde. Unas notas. ¿Cuáles son? ¿Do, mi? ¿Y yo qué sé? No sé solfeo... ¿Qué hago pensando en notas? Y es cierto. Lo de la música: que amansa a las fieras. Vuelves a ser humano. ¿Ya no eres animal? Y ese pasillo largo te reconcilia con el tiempo, con tu esencia, con el valor de las cosas. Las notas vuelan y se posan en tu oído. Y te reconcilias con el mundo. Llego tarde, ¿y qué? Las notas te acompañan por ese pasillo largo y gris.

(En Plaza Elíptica hay un pasillo largo que une la línea 6 del Metro de Madrid, que no siempre vuela, con el intercambiador de autobuses. Allí, un pianista, con su órgano electrónico, nos ayuda a ser un poco más felices cada mañana. Con sus notas que amansan a las fieras...)

Almendros por plásticos

En Granada, muy cerca del límite con la provincia de Almería y bajando hacia la costa desde Las Alpujarras, se pueden ver las laderas y valles cubiertos de almendros (supongo que producto de nuestro pasado árabe). Pues bien, según nos vamos acercando a la costa se empiezan a ver rectángulos de plástico blanco que cubren parte de esas laderas, terrazas y valles, como si el plástico se fuera comiendo los almendros. Supongo que la rentabilidad del cultivo de la almendra, a pesar de no ser un alimento especialmente barato, será menor que la de los tomates en rama que crecen bajo esos plásticos. Y supongo también que el ejemplo tan cercano de El Egido y la recuperación económica de esa zona estéril, habrá influido en ese cambio de paisaje.
No soy quién para juzgar las decisiones de unos agricultores que se ganan la vida con el cultivo de la tierra, pero aparte de expresar la sensación que me provoca esa visión, que no es otra que de tristeza, también me gustaría expresar algo que no acabo de entender: ¿por qué ahora que en España crecen más tomates que nunca, son también peores y más caros que nunca? ¿acaso la ley de la oferta y la demanda no se aplica en este caso?
Me alteran los plásticos en el campo, me desubican, me desorientan... Si alguien visita esa zona y hace ese mismo recorrido, le recomiendo que abandone la poca o mucha tristeza que pueda guardar en su interior, porque esa visión, como de ciencia ficción, de plásticos comiendo terreno a los almendros de aspecto frágil, le provocará un aumento de ese sentimiento. O al menos eso fue lo que me ocurrió a mí.