Un nuevo cóctel (aunque no tan nuevo; surgió en 1996). Ingredientes: humor, teatro y música en directo. En su justa medida. De manera que deja tan buen sabor de boca, que deseas probar más.
Este grupo de actores, músicos, compositores, cantantes y escritores, y además jóvenes, desbordan talento por los cuatro costados. La inteligencia y el ingenio de los textos no pasan desapercibidos, así como su humor desbordante. Los ritmos se suceden a lo largo del espectáculo: rumba, samba, tango y bulerías, entre otros. Y todo ello sin derrochar en medios, sin apabullar. Tan sólo su talento.
Su nuevo espectáculo, Mundo y final, se puede ver aún en el teatro Alfil (Madrid) hasta el 9 de Noviembre. Muy recomendable.
lunes, 27 de octubre de 2008
domingo, 19 de octubre de 2008
Nacionalizando y privatizando
No es fácil que situaciones opuestas convivan en tiempo y espacio. El tiempo: año 2008. El espacio: países del "primer mundo".
Los dos países adalid de este sistema capitalista que nos invade, Estados Unidos y Gran Bretaña, nacionalizan empresas y bancos (¡quién lo iba a decir...!), mientras que en España la Comunidad de Madrid privatiza ese sistema sanitario público que tanto esfuerzo y dinero ha necesitado (algo impesable hace unos años; ¡quién lo iba a decir también...!), además de querer privatizar uno de los pocos servicios públicos que aún queda en esta Comunidad: la gestión y distribución del agua (el Canal de Isabel II).
Lo siento, pero no me cuadra. Y me da que pensar.
Los dos países adalid de este sistema capitalista que nos invade, Estados Unidos y Gran Bretaña, nacionalizan empresas y bancos (¡quién lo iba a decir...!), mientras que en España la Comunidad de Madrid privatiza ese sistema sanitario público que tanto esfuerzo y dinero ha necesitado (algo impesable hace unos años; ¡quién lo iba a decir también...!), además de querer privatizar uno de los pocos servicios públicos que aún queda en esta Comunidad: la gestión y distribución del agua (el Canal de Isabel II).
Lo siento, pero no me cuadra. Y me da que pensar.
sábado, 4 de octubre de 2008
Madrid y deporte
Soy fan de los Juegos Olímpicos y como tal, cada cuatro años, espero impaciente esas dos semanas de deporte intensivo. Durante esos días me siento más horas frente al televisor que en los tres años anteriores (de verdad que no exagero...).
Después de esta pequeña confesión, supongo que será fácil adivinar mi gran ilusión por vivir en vivo y directo ese Madrid olímpico 2016, y mi gran decepción por esa decisión (como poco sorprendente) del Comité Olímpico Internacional de elegir a Londres como sede para los próximos juegos del 2012.
Ahora ya todos sabemos que aparte de esas escenas maravillosas de deporte que se viven durante esos días, la organización de unos Juegos Olímpicos supone, ante todo, un extraordinario negocio, tanto para la ciudad como para el país organizador, de ahí esas disputas cada vez más intensas. Pero incluso asumiendo esa parte de negocio, exijo cierta coherencia. Me explico.
Hace unas semanas paseé por uno de esos grandes y nuevos barrios de la periferia de Madrid: el ensanche de Vallecas, que en un futuro pretende dar cobijo a 80.000 ciudadanos. Se trata de un terreno extenso y plano, a partir del cual se ha creado y planificado un nuevo espacio habitable. En él se observa una distribución moderna y ordenada del terreno, nada que ver con el resto de la ciudad, donde las grandes avenidas reparten a un lado y a otro esas casas nuevas que encierran piscina y pista de pádel. Y por supuesto el gran centro comercial. Ikea, Alcampo... En esas grandes avenidas, muy cómodas para el paseo, los árboles aún jóvenes crecen a ambos lados y una hilera de bancos te permite descansar y sentarte bajo esa sombra incipiente. Y no sé por qué, pero en ese momento asocié ideas. En ese barrio nuevo, extenso y moderno tampoco hay espacio para el deporte. No hablo de polideportivos, que tampoco vi. Hablo de espacios de la calle destinados al deporte. No vi nada. Ni canastas, ni porterías, ni carril bici... Nada. Solo bancos, pequeños árboles y aceras. Enormes aceras...
Quien viva en Madrid y haya intentado practicar algún deporte distinto del footing, habrá tenido que aplicarse para materializar sus intenciones. Largas colas y grandes madrugones para conseguir una plaza en las pocas piscinas municipales que existen en la ciudad, codazos y estrés en esas calles acuáticas que en hora punta pueden albergar a diez nadadores. Adolescentes que, en muchos barrios, para poder jugar al baloncesto o al fútbol tienen como única opción las instalaciones deportivas de los institutos en los que estudian, siempre y cuando tengan la suerte de que esos centros abran sus puertas también por la tarde. Y todo esto aderezado con el discurso saludable y políticamente correcto de llevar una vida sana practicando de manera habitual algún deporte, discurso procedente de las mismas instituciones que ignoran este tema en su política presupuestaria . Y el ciudadano, dispuesto a poner en práctica ese discurso, debe, literalmente, buscarse la vida, dedicando a ello un gran esfuerzo.
¿Resulta coherente que una ciudad que ignora la práctica de deporte por parte de sus ciudadanos, carencia que se mantiene incluso en los barrios de nueva creación, invierta tanto tiempo y dinero en la celebración de unos Juegos Olímpicos?
Ya sé que la coherencia está en desuso y que no está de moda, pero a veces soy una persona muy clásica, por eso en este tema exigo también algo de coherencia.
Después de esta pequeña confesión, supongo que será fácil adivinar mi gran ilusión por vivir en vivo y directo ese Madrid olímpico 2016, y mi gran decepción por esa decisión (como poco sorprendente) del Comité Olímpico Internacional de elegir a Londres como sede para los próximos juegos del 2012.
Ahora ya todos sabemos que aparte de esas escenas maravillosas de deporte que se viven durante esos días, la organización de unos Juegos Olímpicos supone, ante todo, un extraordinario negocio, tanto para la ciudad como para el país organizador, de ahí esas disputas cada vez más intensas. Pero incluso asumiendo esa parte de negocio, exijo cierta coherencia. Me explico.
Hace unas semanas paseé por uno de esos grandes y nuevos barrios de la periferia de Madrid: el ensanche de Vallecas, que en un futuro pretende dar cobijo a 80.000 ciudadanos. Se trata de un terreno extenso y plano, a partir del cual se ha creado y planificado un nuevo espacio habitable. En él se observa una distribución moderna y ordenada del terreno, nada que ver con el resto de la ciudad, donde las grandes avenidas reparten a un lado y a otro esas casas nuevas que encierran piscina y pista de pádel. Y por supuesto el gran centro comercial. Ikea, Alcampo... En esas grandes avenidas, muy cómodas para el paseo, los árboles aún jóvenes crecen a ambos lados y una hilera de bancos te permite descansar y sentarte bajo esa sombra incipiente. Y no sé por qué, pero en ese momento asocié ideas. En ese barrio nuevo, extenso y moderno tampoco hay espacio para el deporte. No hablo de polideportivos, que tampoco vi. Hablo de espacios de la calle destinados al deporte. No vi nada. Ni canastas, ni porterías, ni carril bici... Nada. Solo bancos, pequeños árboles y aceras. Enormes aceras...
Quien viva en Madrid y haya intentado practicar algún deporte distinto del footing, habrá tenido que aplicarse para materializar sus intenciones. Largas colas y grandes madrugones para conseguir una plaza en las pocas piscinas municipales que existen en la ciudad, codazos y estrés en esas calles acuáticas que en hora punta pueden albergar a diez nadadores. Adolescentes que, en muchos barrios, para poder jugar al baloncesto o al fútbol tienen como única opción las instalaciones deportivas de los institutos en los que estudian, siempre y cuando tengan la suerte de que esos centros abran sus puertas también por la tarde. Y todo esto aderezado con el discurso saludable y políticamente correcto de llevar una vida sana practicando de manera habitual algún deporte, discurso procedente de las mismas instituciones que ignoran este tema en su política presupuestaria . Y el ciudadano, dispuesto a poner en práctica ese discurso, debe, literalmente, buscarse la vida, dedicando a ello un gran esfuerzo.
¿Resulta coherente que una ciudad que ignora la práctica de deporte por parte de sus ciudadanos, carencia que se mantiene incluso en los barrios de nueva creación, invierta tanto tiempo y dinero en la celebración de unos Juegos Olímpicos?
Ya sé que la coherencia está en desuso y que no está de moda, pero a veces soy una persona muy clásica, por eso en este tema exigo también algo de coherencia.
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