1. Cerrar los ojos, como de estar dormido o parecer dormido, y no abrirlos hasta llegar a tu destino.
2. Leer: un libro, una revista, un periódico..., y no levantar la vista de las páginas hasta llegar a tu destino.
3. Jugar con el móvil, con la play..., y no levantar la vista de la pantalla hasta llegar a tu destino.
4. De repente, una vez atisbado el objetivo no deseado, bajar la mirada hacia el suelo, como en posición de rezo, y no levantar la cabeza hasta llegar a tu destino.
5. También, una vez atisbado el objetivo no deseado, girar la cabeza en dirección contraria y olvidarte de ese ángulo prohibido, y entonces poder decir aquello de: Lo siento, pero no te he visto.
6. Abrir los ojos, estar atento, ser consciente de la convivencia, de lo que significa compartir espacio y tiempo, de vivir en sociedad y, una vez atisbado el objetivo, tomar las medidas correctas: de buena educación, de empatía o de simple humanidad.
Estoy embarazada de ocho meses y desde hace al menos tres no cabe ninguna duda de que se trata de una tripa de embarazo. Cojo el metro todos los días para ir al trabajo y, desgraciadamente, me he dado de bruces con la triste realidad. Los seis comportamientos que he mencionado podrían resumir la actitud de las personas que han compartido vagón conmigo a lo largo de estos meses y, desgraciadamente de nuevo, el último comportamiento es el menos habitual.
Aún debo almacenar en mi interior un considerable nivel de ingenuidad, heredado de mi infancia y adolescencia, ya que, como he comentado anteriormente, me he dado de bruces con la cruda realidad (¡pobre de mí, que pensaba que el último de los comportamientos posibles sería el que me encontraría cada día...!).
Hasta ahora estoy teniendo un embarazo muy tranquilo, sin graves molestias ni malas noticias, por eso puede resultar fácilmente comprensible que uno de los momentos que más me altere sea aquél en que atravieso las puertas del metro para introducirme en un vagón con todos sus asientos ocupados.
No voy a dar las razones por las que considero que esa pegatina que aparece en casi todas las ventanillas del metro, en la que figura el mensaje de asiento reservado para ancianos, personas con muletas, personas con un bebé en brazos y mujeres embarazadas está totalmente justificada; aunque alguien sea incapaz de darse cuenta de una sola razón debe asumir y aceptar que se trata de una norma de convivencia y que, como tal, hay que respetar, pero a estas alturas puedo afirmar que solamente una inmensa minoría de los individuos la respetan.
Uno de esos días de asientos ocupados y de comportamientos indeseables dije en voz alta que ese tipo de situaciones representaba algo más que una falta de educación, ya que indicaba algo más grave y triste. Representaba una falta absoluta de empatía y humanidad, cualidades que, desde siempre, se han asociado con la especie humana. De ahí mi alteración y mi tristeza, mi impotencia y mi rabia. ¿Es que poco a poco estamos perdiendo esas buenas e imprescindibles cualidades, más imprescindibles aún en las grandes ciudades, donde los espacios y el tiempo se comparten con un número tan elevado de individuos? ¿Es que poco a poco va apareciendo una nueva especie, guiada por el mensaje del sálvese quien pueda y de pensar tan sólo en uno mismo y en los suyos?
Como he dicho antes, puede ser que mis niveles de ingenuidad y confianza en el ser humano me hayan llevado a este estado de incredulidad, pero la realidad es que la tristeza que siento ante estas situaciones me hace sentir fuera del espacio y el tiempo en el que vivo, como si ese espacio y ese tiempo no me pertenecieran; como si aquellos individuos que sí son conscientes de que forman parte de un todo, que no es otro que la sociedad en la que vivimos, no fueran más que elementos discordantes.
Como si se estuvieran peleando continuamente con una realidad que ya no les acoge, que ya no les admite...
domingo, 28 de junio de 2009
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