Hace ya más de nueve meses. Era temprano. En el cuarto de baño quité el precinto y la celulosa tocó el aire. Poco después el fluido corporal, el mío, empapó esa celulosa inmaculada. No fue necesario esperar mucho tiempo. Una rayita; la primera. Y luego la segunda; la definitiva. Dos rayitas. Y como si esas rayitas encarnadas estuvieran unidas a una cuerda, mi cuerpo viajó al borde de un precipio. Alto. Con las olas del mar rompiendo a lo lejos; al final de ese precipicio desconocido.
En ese momento ya sabes que sólo hay dos caminos: tirarse, lanzarse al vacío, a la aventura, a lo desconocido; o dar media vuelta y caminar hacia atrás, hacia lo ya conocido.
La caída fue placentera; una experiencia inolvidable. Y las olas, como no podía ser de otra manera, me recibieron tranquilas; como abrazándome.
(Ya han pasado más de nueve meses y ahora una nueva ciudadana invisible está conociendo este mundo que nos rodea. Ella es la causa de esta larga, pero inevitable pausa en este blog de los ciudadanos invisibles...)
domingo, 4 de octubre de 2009
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1 comentario:
Un beso para la nueva ciudadana, invisible pero muy presente. Enhorabuena de nuevo. Y sí, menudo recorrido inimaginable que empezó con dos simples pero no sencillas rayitas.
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