Se trata de una peculiaridad más de esta época que nos ha tocado: vivir deshumanizados; perder características humanas, especialmente los sentimientos. Y tenemos un ejemplo cercano.
Los juegos olímpicos, a pesar de su espíritu, no forman una isla en sí mismos. La vida continúa a su alrededor; y así debe ser. Por ello se han vivido dos tragedias coincidentes con esta gran fiesta deportiva.
Georgia quiso mostrar su dolor durante los juegos por los muertos que provocó el bombardeo cruzado entre georgianos y rusos, sobre todo el de estos últimos. El Comité olímpico internacional le prohibió a este país cualquier tipo de expresión pública y oficial de dolor.
La misma situación se vivió unos días después debido al grave accidente aéreo que ocurrió en Madrid. Prohibida también cualquier tipo de manifestación de dolor dentro del recinto de los juegos; se prohibía la bandera a media asta, los crespones y los brazaletes negros. La razón: si no se consintió en el caso de Georgia en éste tampoco; son las normas, normas que sin ninguna duda deberían cuestionarse, ya que han demostrado no dar cabida a los sentimientos, en este caso sentimientos de dolor, característica que nos define como seres humanos.
Éste no es sino un ejemplo más de la cultura en la que estamos inmersos: intentamos anular los sentimientos o prohibimos que se muestren públicamente, pero a la vez hacemos negocio de ellos, porque siguen estando ahí. El show mediático de cualquier tragedia tarda días en alcanzar su punto y final, el morbo parece no tener límites, pero en cambio ahí no hay normas. Vivimos en una cultura en la que el sufrimiento, la muerte, la enfermedad, la vejez, la soledad, se esconden públicamente; vivimos de espaldas a estas realidades que nos definen y forman parte de nosotros mismos. Nuestra cultura, sin embargo, prima la juventud, la belleza (aunque sea artificial), la risa, la diversión, características que, por supuesto, también nos definen, pero que como todo tienen su antónimo.
Esta deshumanización es incompatible con el espíritu olímpico, pero lo peor de todo es que se puede convertir en una dinámica peligrosa, ya que corremos el riesgo de que poco a poco nos acostumbremos a vivir en un mundo de color de rosa, olvidando que la vida, muchas veces, se puede teñir de negro.
viernes, 22 de agosto de 2008
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