Cada cuatro años se viven escenas únicas e irrepetibles, escenas difíciles de ver en otras competiciones deportivas. Es el espíritu olímpico, ése del que tanto se habla, pero que forma parte de ese grupo selecto de verdades que existen por sí mismas, que no son un invento ni un producto de la publicidad.
Dos de los deportistas españoles mejor pagados, Rafa Nadal y Pau Gasol, han compartido durante estos juegos pasillo, comida y sala de descanso; sus habitaciones en la villa olímpica de Pekín estaban ubicadas una enfrente de la otra. Y lo que es más importante, han compartido espacio y tiempo con otros muchos deportistas que son casi anónimos y que no disfrutan de la fama y los privilegios de aquellos dos. Han abandonado los hoteles de cinco estrellas y han vivido como uno más. Es la democracia del deporte.
En pleno bombardeo ruso a Georgia, una deportista rusa abraza emocionada a su contrincante georgiana en lo alto del pódium.
Bolt, el hombre bala, da prioridad a su título olímpico, a su medalla de oro, frente al récord del mundo de 100 metros lisos. Y como si ese detalle no fuera importante, disfruta de los últimos metros de su victoria levantando los brazos y dejándose llevar. Aun así, también llega a sus pies el récord mundial.
El medallero muestra el número total de medallas. Cada una de ellas se va sumando a las anteriores. No importa de dónde venga. Ninguna vale más que otra. De nuevo se vive la democracia del deporte.
Abrazos, felicitaciones, lágrimas, besos, sonrisas... El espíritu olímpico existe. No es una falacia. Basta con asomarse a esas imágenes que nos llegan vía satélite y comprobarlo.
miércoles, 20 de agosto de 2008
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