Me sorprendió en su momento (y muy gratamente, por cierto), pero en estos días de trifulca, dispustas y ataques, propios de las campañas electorales que sufrimos en este país, mi sorpresa es aún mayor.
Después de las últimas elecciones en el País Vasco tengo que reconocer que yo no fui una de esas personas que apostó por un pacto PSE-PP. Me costaba aceptar que el gobierno de Zapatero fuera a sacrificar esos apoyos puntuales, pero tan necesarios, que el PNV le ofrecía en el Congreso. En definitiva, era como sacrificar un gobierno por otro (o al menos así lo interpreté yo), pero ese sacrificio político se hizo. Ahora gobernar en el Congreso requiere más esfuerzo que antes, aunque desde mi punto de vista ha merecido la pena.
Como ya he dicho al principio, si en su momento me sorprendió esa apuesta de cambio que se hizo en el País Vasco, basada en no poco esfuerzo, buenas intenciones y buena voluntad por parte de los dos partidos no nacionalistas, ¿cómo no sorprenderme aún más en estos días?
Metafóricamente, la situación actual recuerda a la vivida por cualquier ser humano que sufra un desdoble de personalidad. El acuerdo y el nivel de convivencia a los que se ha llegado en aquella comunidad autónoma contrasta drásticamente con los reproches, ataques directos y falta de convivencia que se palpa en el resto del país entre esos dos mismos partidos.
Quizá los milagros existan (o al menos así lo he calificado yo, como milagro político), aunque quizá también pueda ser el miedo, ese sentimiento tan poderoso y capaz de llevarnos a comportamientos tan insospechados, el responsable de esa unión tan poco frecuente.
Ya se sabe, la unión hace la fuerza, y esos mismos políticos que tantas veces nos decepcionan, por fin han sido capaces de unirse. La causa lo merece (o al menos así lo veo yo).
viernes, 29 de mayo de 2009
domingo, 10 de mayo de 2009
Escenas: La mujer del pianista
Hay mañanas que, a hora temprana, en ese pasillo largo que une la estación de Plaza Elíptica con el intercambiador de autobuses aún no está sentado el pianista, pero sí está su órgano eléctrico, emitiendo uno de los ritmos que más tarde acompañarán a las notas que sus dedos crearán. Una mujer aparece sentada detrás de ese piano y con un trapo suave y una ternura infinita va limpiando delicadamente las teclas blancas y negras. Cuando ya el polvo ha desaparecido, se mantiene sentada allí, cuidando el sitio y el piano. Luego llega él. Y hablan en otro idioma. Y se despiden.
Aún no sé si son pareja. Aún no sé qué les une, pero la ternura con la que ella mima esas teclas resulta difícil de olvidar...
Aún no sé si son pareja. Aún no sé qué les une, pero la ternura con la que ella mima esas teclas resulta difícil de olvidar...
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