En ocasiones una exposición de pintura se puede convertir en un fenómeno de masas, en un acontecimiento de obligada asistencia, casi tan necesario como respirar, y esto es lo que ha ocurrido con la exposición de Sorolla en El Prado, de hecho su clausura se convirtió en noticia destacada de telediario, al anunciar el elevado número de visitantes. Nos decían que se había obtenido una cifra espectacular: 5.000 visitantes al día. Desde luego, una cifra impresionante.
Yo la visité una semana antes de la fecha límite y al entrar en la primera sala recibí una bofetada de rechazo que casi me hizo dar marcha atrás. No era una bofetada ocasionada por el exceso de calor o por un olor desagradable, estaba provocada precisamente por un exceso de visitantes (alguien puede pensar que esto podía ser debido a la proximidad de la fecha de clausura, pero esta sensación ya me la transmitieron unos amigos dos meses antes, por lo que no se ha tratado de un hecho aislado).
En una visita a una exposicion de la Tate Modern de Londres descubrí un sistema de organización de visitantes que me pareció bastante eficaz e ingenioso. Al comprar la entrada se te asignaba un día y una hora concretos, de manera que se distribuía equitativamente a todos los visitantes. Con este sistema se evitaban aglomeraciones en las salas. El sistema me pareció excelente. Con el tiempo lo he encontrado en otros museos, incuido El Prado.
En España somos bastante aficionados a copiar buenas ideas que funcionan bien en otros países, pero tendemos a darle nuestro toque personal, intrínseco a nuestra propia idiosincrasia. Supongo que en este caso ese toque español que echa por tierra ese buen sistema de organización consiste en dar prioridad a la cantidad frente a la calidad, siendo un ejemplo más de la mala imagen que a veces tenemos en el extranjero.
Sobre los cuadros cada uno tendrá su propia opinión, ya se sabe que sobre gustos no hay nada escrito, pero sobre la organización, el abuso que se hace sobre el visitante y la falta de comodidad y disfrute al contemplar un cuadro con diez personas alrededor de él, creo que la opinión será unánime: una auténtica chapuza.
domingo, 18 de octubre de 2009
domingo, 4 de octubre de 2009
Escenas: Dos rayitas
Hace ya más de nueve meses. Era temprano. En el cuarto de baño quité el precinto y la celulosa tocó el aire. Poco después el fluido corporal, el mío, empapó esa celulosa inmaculada. No fue necesario esperar mucho tiempo. Una rayita; la primera. Y luego la segunda; la definitiva. Dos rayitas. Y como si esas rayitas encarnadas estuvieran unidas a una cuerda, mi cuerpo viajó al borde de un precipio. Alto. Con las olas del mar rompiendo a lo lejos; al final de ese precipicio desconocido.
En ese momento ya sabes que sólo hay dos caminos: tirarse, lanzarse al vacío, a la aventura, a lo desconocido; o dar media vuelta y caminar hacia atrás, hacia lo ya conocido.
La caída fue placentera; una experiencia inolvidable. Y las olas, como no podía ser de otra manera, me recibieron tranquilas; como abrazándome.
(Ya han pasado más de nueve meses y ahora una nueva ciudadana invisible está conociendo este mundo que nos rodea. Ella es la causa de esta larga, pero inevitable pausa en este blog de los ciudadanos invisibles...)
En ese momento ya sabes que sólo hay dos caminos: tirarse, lanzarse al vacío, a la aventura, a lo desconocido; o dar media vuelta y caminar hacia atrás, hacia lo ya conocido.
La caída fue placentera; una experiencia inolvidable. Y las olas, como no podía ser de otra manera, me recibieron tranquilas; como abrazándome.
(Ya han pasado más de nueve meses y ahora una nueva ciudadana invisible está conociendo este mundo que nos rodea. Ella es la causa de esta larga, pero inevitable pausa en este blog de los ciudadanos invisibles...)
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