Este tren no admite viajeros. Por favor, desalojen el tren. Miradas al reloj. Ya llego tarde. Nervios. Miradas al reloj. Cinco minutos. Miradas al reloj. Diez minutos. El andén se llena. A esas horas. Poco más de las ocho. A esas horas ya hay olores. Y no buenos. Ya llega. Miradas al reloj. Casi cuarto de hora. El metro viene lleno. Empujones. ¿Como animales? Pues sí. Dentro del vagón aún más olores. Y peores. Se abren las puertas. Carreras. Más empujones. Miradas al reloj. Imposible. Ya llego tarde. Unas notas. ¿Cuáles son? ¿Do, mi? ¿Y yo qué sé? No sé solfeo... ¿Qué hago pensando en notas? Y es cierto. Lo de la música: que amansa a las fieras. Vuelves a ser humano. ¿Ya no eres animal? Y ese pasillo largo te reconcilia con el tiempo, con tu esencia, con el valor de las cosas. Las notas vuelan y se posan en tu oído. Y te reconcilias con el mundo. Llego tarde, ¿y qué? Las notas te acompañan por ese pasillo largo y gris.
(En Plaza Elíptica hay un pasillo largo que une la línea 6 del Metro de Madrid, que no siempre vuela, con el intercambiador de autobuses. Allí, un pianista, con su órgano electrónico, nos ayuda a ser un poco más felices cada mañana. Con sus notas que amansan a las fieras...)
jueves, 8 de mayo de 2008
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