En la glorieta de Embajadores y sus proximidades se pueden ver a diario (incluidos sábados y domingos) grupos de hombres y mujeres que esperan con cierta ansiedad y en diferentes esquinas uno de esos taxis especiales a los que me refiero en el título. Estos coches no tienen bajada de bandera ni lucecita verde indicando que están libres. Su carrera es siempre la misma y el precio fijo. Desde Embajadores se dirigen al poblado de la Cañada Real (últimamente famoso por sus recientes desalojos), ya que este lugar es, en la actualidad, el punto de venta de droga más importante de Madrid. Estos hombres y mujeres se buscan la vida, no sólo para conseguir el dinero necesario para su dosis diaria, sino también para llegar hasta allí. Ningún autobús urbano llega hasta ese lugar, ningún taxi de los que sí tienen bajada de bandera y lucecita verde se ofrece a llegar hasta allí, y tan sólo un autobús interurbano, con ruta hacia Arganda, tiene una parada próxima, pero las situaciones vividas dentro de él han alcanzado tal grado de peligrosidad, que durante varios días los conductores han sido escoltados por parejas de policías. De ahí que estos hombres y mujeres se busquen la vida para alcanzar su destino, montándose en estos taxis privados, pero perfectamente organizados.
Desde finales de los años 70, y sobre todo durante la década de los 80, la heroína puso pie firme en Madrid y no necesitó mucho tiempo para hacer estragos (conozco muchos casos cercanos y no tan cercanos que no tuvieron un final feliz). Por ello cuando veo a estos viajeros especiales siento como si estuviera viajando en el tiempo, como si fueran los supervivientes de aquellos años negros; supervivientes de sobredosis y sida. Ahora la heroína no está de moda, por eso estos viajeros son como reliquias del pasado.
Siento también que su vida se limita a eso: a esperar en una esquina, a montarse en un coche, a comprar, a meterse, a volver a la ciudad, a buscar el dinero y, de nuevo, a esperar en una esquina. Sus cuerpos y caras, en la mayoría de los casos, recuerdan a zombis de películas de miedo y cuando paso por su lado noto, como en Matrix, que en un mismo instante se superponen dos realidades paralelas. La suya y la mía. La de ellos y la nuestra. Su mundo y el nuestro.
sábado, 31 de mayo de 2008
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2 comentarios:
Querido ciudadano: gracias por tu comentario en el cuaderno gris. Está claro que la polémica sobre los géneros y los sexos es compleja, demasiado cargada de deseos y de prejuicios culturales y personales. Lo importante es que siga viva ahora y que, algún siglo, deje de ser polémica. He leído tu nuevo comentario. Tu mirada siempre está puesta en los claroscuros de nuestra ciudad, y eso se agradece. A estos hombres y mujeres también los he visto yo y también me han dado esa sensación de pertenecer al pasado. Pero no, están en el aquí y en el ahora. Parece en efecto que vivan una vida de otro mundo, y sin embargo, comparten la acera con "los de ese mundo". La vida diaria y común, llena de rutinas, sigue guardando un lado inquietante. Ellos son los marginados, nosotros los integrados... O desde su mundo la integración se basa en otros parámetros. ¡Un fuerte abrazo!
Quiero decir "los de este mundo" (aclaración a la expresión entrecomillada). Otro saludote.
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