A no ser que sufra alzheimer o algo similar, nunca olvidaré un día semejante a éste (jornada de reflexión) de hace cuatro años.
El señor Acebes (por aquel entonces ministro del interior) reafirmaba y confirmaba 48 horas después del atentado del 11 de marzo en Madrid, que los culpables eran terroristas de ETA. Horas después las elecciones dieron un vuelco inesperado. Casi cuatro años después la sentencia del juicio del 11-M confirmó que los culpables eran terroristas de Al Qaeda.
Durante la legislatura que hoy acaba el señor Acebes ha aprovechado cualquier oportunidad para acusar de mentiroso al presidente del gobierno, el señor Zapatero. Esas acusaciones han sido agresivas, contundentes y repetidas hasta la saciedad. La causa: ocultar a los españoles los intentos de negociación con la banda terrorista ETA. No voy a juzgar estas acusaciones (posiblemente sean ciertas, al igual que posiblemente también sea cierto que éste no ha sido el único gobierno que ha intentado pactar con los terroristas); mi motivo del artículo es otro.
Aquel 13 de marzo de hace cuatro años, mientras escuchaba al ministro (el señor Acebes) en una rueda de prensa extraordinaria, mi ingenuidad me hacía pensar que esos casi 200 muertos constituían una barrera infranqueable y que como tal no se utilizarían nunca para intereses personales. Pero el señor Acebes lo hizo: sobrepasó esa barrera. El objetivo del último gobierno de Aznar era alejar de la mente de los españoles, antes de ir a las urnas, cualquier relación entre el atentado del 11-M y la participación de España en la guerra de Irak. De ahí esas declaraciones repetidas hasta el último minuto.
Como ya he dicho antes, el tiempo ha demostrado la falsedad de dichas declaraciones. Pero el señor Acebes sigue ahí, cobrando un sueldo de diputado, dando lecciones de moral y defendiendo el valor de la verdad. No sé vosotros, pero desde entonces no soporto ver ni escuchar a este individuo (por no utilizar un insulto). Nos intentó manipular, mintió premeditadamente y, lo peor de todo, demostró que para él esos muertos y heridos no tenían ningún valor; los utilizó para su propio interés. Superó esa barrera infranqueable, que no es otra que el valor de la vida.
La desconfianza de la población hacia los políticos es cada vez mayor; nos quejamos de las mentiras, de los engaños, de los abusos... Pero no todas las mentiras son iguales. Aquélla no la olvidaré nunca.
sábado, 8 de marzo de 2008
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