viernes, 8 de agosto de 2008

Escenas: Cine de verano

Los murciélagos, tan inquietos, revolotean junto a la luz. Y sus sombras, también inquietas, se posan sobre los ojos azules de Scarlett o la nariz rota de Bardem. Sí está permitido comer; y beber. Y también traer contigo esa comida o bebida. La Coca-Cola de dos litros sobre la mesa de plástico, y alrededor de esa mesa las sillas (también de plástico). Luego se apagan las luces. No hay oscuridad. Si levantas tus ojos, verás alguna estrella. Y de la luna qué decir: depende del día. Ella, tan caprichosa. En agosto sigue habiendo coches, pero menos y más tranquilos. Y ese ruido de motor se difumina con los diálogos; pero no importa. La brisa te refresca el pelo. O no (depende también del día). Y otras veces esa brisa mece las hojas verdes de los árboles, que próximos a la pantalla, a esa tela blanca, intentan, como en La rosa púrpura de El Cairo, meterse dentro. Y soñar.

(El verano tiene cosas buenas. Una de ellas es ésta: los cines de verano. Como de andar por casa. En la plaza del pueblo, en un parque, en el barrio o en la plaza de toros. La visita es obligada. Al menos un día.)

1 comentario:

Pau dijo...

Precioso.
Echaba de menos esta invisibilidad de las cosas corrientes de la vida.
Besos de verano