Hace poco más de dos semanas se inauguró en Madrid, con gran cobertura mediática, el primer aparcamiento para bicicletas de la ciudad. La situaciación resultaba tan ridícula que hasta las bicicletas que aparecían en la foto de diversos periódicos habían sido aparcadas estratégicamente por trabajadores del Ayuntamiento; después de la foto, con alcalde incluído, las bicicletas se volvieron a guardar en una furgoneta que previamente las había llevado hasta allí.
Madrid es una ciudad que, en lo referente a la bicicleta, apenas tiene, o tendrá (porque aún no se ha terminado), un anillo ciclista (una especie de M-30 para bicis) que, en la mayoría de los casos, servirá tan sólo para hacer deporte, ya que sólo una mínima parte de los usuarios lo utilizará como parte de su desplazamiento diario (para ir al trabajo, a estudiar o a comprar el pan). Los valientes que utilizan la bici en Madrid como medio de transporte (que, por cierto, cada vez son más), merecen ser calificados, como mínimo, de héroes (basta ver a uno de ellos por la Castellana o la Gran Vía para estar de acuerdo con lo que acabo de decir). Por todo esto resulta curioso que se inaugure a bombo y platillo un aparcamiento que para llegar a él o bien debes ser un inconsciente o bien armarte de mucho valor.
El alcalde anunció que éste sólo sería el primero de los muchos aparcamientos que de este tipo irían apareciendo por la ciudad durante esta legislatura (debe de ser que la reforma de la M-30 nos ha dejado con la caja pelada o que construir unos cuantos kilómetros de carril bici útiles para el transporte no implican demasiado beneficio para las grandes empresas de obras públicas). La cuestión es que, desgraciadamente, este tipo de situaciones cada vez son más frecuentes, o lo que es lo mismo, que cada vez es más habitual empezar la casa por el tejado.
sábado, 6 de octubre de 2007
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