Imaginando: Entramos en una zapatería. Nos preguntan qué queremos y contestamos con duda. ¿Será el 39? ¿El 40? ¿El 41? ¿El 42...? El empleado nos trae cuatro cajas de zapatos; el mismo modelo, pero con números distintos. Vaya, pues va a ser el 41. Perdone, pero en la zapatería de al lado me venía bien el 39. El empleado lo comprende. No hay problema.
Imaginando: En una tienda de ropa elegimos un pantalón. En el probador nos metemos con el mismo pantalón repetido tres veces. Y nos justificamos, como niños pequeños, delante de la chica que controla el vestuario. Es que tengo un lío... Yo ya no sé si uso la 38, la 40 ó la 42... Y la chica te mira y también te comprende. No hay problema.
La primera situación nunca me ha ocurrido; desde que tengo recuerdos siempre he conocido unas medidas estandarizadas para el pie.
La segunda situación me ocurre continuamente y me parece mentira que hasta este año no se haya cuestionado en ningún momento, que hasta este año no se haya planteado estandarizar unas medidas para el resto del cuerpo.
Afortunadamente nunca me he agobiado con el hecho de que en la tienda de la esquina use un pantalón de la talla 42 y en la tienda de enfrente me venga bien la 38, pero sé que hay un porcentaje considerable de personas, tanto adolescentes como adultas, para las cuales esa situación puede resultar verdaderamente dramática.
Aparte de ser una medida que nos facilitará la vida, ya que con ella ahorraremos tiempo y evitaremos dudas innecesarias, ayudará, principalmente, a eliminar quebraderos de cabeza que no tienen ningún tipo de fundamento.
lunes, 5 de noviembre de 2007
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