Ser religioso no siempre implica una espiritualidad en las personas. Hoy día, todo lo que suene a espiritual o religioso nos da “yuyu”.
Las Religiones y las Iglesias han querido adueñarse de algo tan humano y tan ligado a nuestra especie desde sus orígenes, como es el hecho de que somos un animal simbólico y religioso con una gran capacidad de abstracción y, además, nos han vendido la idea de que lo científico no es espiritual. Me atrevería a decir que el concepto de espiritualidad ha sido pervertido por las Iglesias, que han utilizado una debilidad del hombre para crear miedo y fantasmas en torno a una serie de alegorías y metáforas; ésa fue la historia de la Iglesia Católica durante muchos siglos.
El enfrentamiento de la Iglesia con la Ciencia nace de su obsesión por separar la búsqueda de conocimiento y el saber, del hecho religioso o de la espiritualidad.
Sólo despertándose la conciencia de uno mismo dentro del universo, de la naturaleza, podremos llegar a ser verdaderamente espirituales. Esa conciencia se logra haciéndonos preguntas, buscando respuestas y alcanzando una sabiduría digna de la especie elegida por la naturaleza, por Dios, para ser la conciencia del Universo, ya lo decían Spinoza o Demócrito, cuando identificaban naturaleza y Dios.
El fin de la religión y de la ciencia es el mismo, la búsqueda de la verdad, el fin último que ordena todo; Dios o la Teoría física del todo, según qué lenguaje utilicemos.
Mientras que la religión da sólo respuestas y olvida las preguntas, la ciencia busca las respuestas cuestionándose continuamente en ese afán por hallar nuestro lugar en el universo. Los enfrentamientos entre Religión oficial y Ciencia, ya sea por los estudios con células madre, eugenesia selectiva o cualquier cosa que nos acerque más a lo que somos, lo consideran un peligro. No quieren que seamos a imagen y semejanza de Dios, como reza su evangelio, sino simples comparsas ignotos de su idea de lo que tenemos que ser.
Sólo seremos parte de la naturaleza cuando la comprendamos en todas sus dimensiones, cuando ese conocimiento se traduzca en armonía, comunión con todo lo orgánico e inorgánico. Sólo de esa manera seremos dignos de cualquier Dios.
Que no tema la Iglesia cuando la Ciencia nos permita ver el trono de Dios, que no tema por poder mirar a la cara al Creador de todo, pues si así fuera, nada impediría que Él siga siendo lo que es y, nosotros, simples partículas dentro de un cosmos inmenso, dentro de un orden, en el que tan sólo podemos aspirar a conocer nuestro lugar en él.
El afán de la Iglesia por fiscalizar los límites del conocimiento humano se hace cada vez más insidioso, bajo argumentos morales esconden su hipocresía, la de siempre, y no pretenden otra cosa que ser dueños de la moral, eso sí, de la moral basada en las premisas herméticas y anquilosadas de la tradición católica.
Y como en muchos otros textos, yo también utilizaré un recurso fácil, Albert Einstein, y una cita suya: “El sentimiento religioso cósmico es el motivo más poderoso de la investigación científica”.
domingo, 11 de marzo de 2007
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