Los que vivimos en una ciudad grande (que no gran ciudad) nos quejamos cada vez con mayor frecuencia sobre la falta de humanidad que se respira en esos espacios comunes que tenemos que compartir, sintiéndonos pocas veces satisfechos con esa conviviencia. Sin embargo existe un mundo paralelo donde esa humanidad parece que se haya recuperado o que nunca se haya perdido: hablo del mundo que habita dentro de un hospital.
La convivencia obligada que plantean las habitaciones de los hospitales públicos reúne a personas (pacientes y familiares) que en la mayoría de los casos nunca se han visto, pero que, debido a la circunstancia que están viviendo, se ven obligados a compartir un espacio, un tiempo y, lo que es más importante, unos sentimientos parecidos: angustia, miedo, ansiedad, soledad, dolor... Pues bien, todo ello hace que esa humanidad que escasea tanto, eche raíces en esos pasillos y habitaciones, y que la complicidad que se crea entre los pacientes a veces dé lugar a relaciones de dependencia emocional y de amistad que sorprenden al más escéptico. Quizá sea que la debilidad o el sufrimiento nos hagan sentir más iguales, pero es como si coexistieran dos mundos totalmente distintos: el de dentro y el de fuera del hospital; dos mundos aparentemente incompatibles.
sábado, 3 de marzo de 2007
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